viernes, 18 de junio de 2010

TODOS PONEN, POCOS GANAN

Propuestas electorales de Santos y Mockus

Juan Alberto Sánchez Marín

Antanas Mockus es una derecha a carta cabal, disimulada de centro y agazapada en lo que se ha dado en llamar “una ideología moderada”, lo que es un desatino más bien desmesurado.

Juan Manuel Santos, por su parte, es una derecha asumida sin tapujos “de los ricos, por los ricos y para los ricos” que, además, se ufana hasta el empalago de continuar la armazón de la extrema derecha de Álvaro Uribe.

En pocas palabras: En Mockus la derecha, con claro tinte de autoritarismo, "escuelismo", neoliberalismo, y unos cuantos ismos más igual de azarosos. En Santos, una derecha aún más a la diestra (por ende, más siniestra), que se debate entre los extremos desgraciados de la infalibilidad de Uribe y José Obdulio, y el culebreo oportunista del propio candidato.

Muy mal deben de andar las cosas en un país en el que lo esperanzador de una propuesta de gobierno es la sencilla promesa de respetar la Constitución y las leyes, algo inherente a una democracia y que es un supuesto que debería ser precepto para cualquier gobierno medianamente honorable.

Y donde lo reseñable de la otra es la falacia de una “unidad nacional” que sofríe en una misma sartén politiqueros, parapolíticos, hamPINnes (del Partido de Integración Nacional), ex presidentes caramboleros de Colombia y de la OEA y, claro está, al inevitable y próximo ex presidente y sus secuaces.

No hay que ser muy astuto para saber que Juan Manuel Santos es un buen vendedor de ilusiones. Apela y explota sin piedad las características malditas de unos ciudadanos (clientes, compradores) condenados a 200 años de vida republicana y de soledad, sí, dos veces los cien del ilustre García Márquez:

Desmemoria, olvido, atraso, ignorancia, ausencia de los servicios básicos y de todos los otros y de todo, son sólo algunos de esos elementos que, con el apoyo ya casi innecesario de la coacción, la amenaza y el chantaje, mueven la maquinaria continuista de Juan Manuel.

Como buen prestidigitador, jugador de póker, tramador de “falsos positivos” (asesinatos ciertos), urdidor de entelequias y otras picardías, Juan Manuel también miente sin empacho. Y ahí enreda al otro, a Mockus, un candidato que, cocinado en la salsa propia de mucha filosofía y matemáticas, y pocas nueces, procura vender a punta de verdades (más impuestos, por ejemplo) una gran mentira: la de un sistema que no apunta a transformar, modificar, o, por lo menos, revisar las estructuras fundamentales, sociales, políticas, económicas, de un país al que otra farsa, la de la seguridad democrática, no le ha frenado, no le frena, ni le frenará así nunca, la caída de culos al estanque.

Y la gran mayoría de los otros electores descastados, la clase media, la del voto de opinión, la que sigue los debates electorales por la televisión, lee la prensa y hasta inspecciona las secciones política o económica, tiene Internet en casa y se expresa gustosa en las encuestas, cree a Santos a pies juntillas. Incluso, se fanatiza y aguanta la idea de que el delfín de Uribe atacará la corrupción, significará progreso y sacará a flote, no se sabe de dónde ni con qué alientos, un talante reformista.

Peor aún, una buena parte de esa clase media, intelectual, pensante, de tanto ver la tele y leer El Tiempo, cree a ojos ciegos en la coherencia de Santos, entre lo que dice ahora y lo que hará después, como si la hubiera habido entre lo que hizo ayer y lo que hoy mismo dice que hizo.

Apenas la minoría pudiente y poderosa de Colombia, los pocos grandes grupos económicos, los parvos habitantes del estrato 6 y hacia arriba, hacen sus apuestas por ambos, no tienen pérdida, no corren riesgos. Con Santos ganan Ardila Lule y Sarmiento Angulo, con Mockus gana Santodomingo. Frente al país entero, con cara gano yo, con sello pierdes tú. Con Santos o con Mockus, siempre salen airosos.

Ellos, que son pocos, poquitos, poquísimos, en un país de inequidades, donde el 49,1% de los ingresos va a parar a las arcas del 10% más boyante, frente al 0,9% que se queda en el lado enjuto de los más miserables.

Miserables que creen que eligen presidente. Boyantes que saben bien que eligen candidatos a su talla y medida.


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