martes, 5 de octubre de 2010

La política del teatro y el teatro de la política



Libertad absoluta para todas las artes, con una limitante: ninguna libertad para obras que ensalcen la guerra o la presenten como inevitable, ni para aquellos que alimenten el odio entre los pueblos.

Bertolt Brecht 

Del libro El arte y la política, 1949
Indiferencia ante lo político


¿Qué pasa hoy con este asunto entre política y teatro? Su relación ha variado a través de la historia. Los antagonismos sociales son milenarios, igual que los conflictos por el poder. Es políticamente como el hombre habita el mundo. El accionar de todo sujeto, y es éste el accionar importante de la política, consiste en reunirse para la discusión y el planteamiento de posibles soluciones a los problemas de la comunidad. Pero, ¿por qué existe la actual actitud evasiva de mucha gente frente a la política? Es claro que la palabra política se ha desfigurado y caído en descrédito, debido a la corrupción y las traiciones de ciertos individuos que la han ejercido y la ejercen. 

Con frecuencia se estigmatiza o se mata a quien habla sin tapujos. Recordemos al humorista Jaime Garzón, un ejemplo entre miles. En los tres últimos decenios, hemos vivido los años más sangrientos de mi generación, masacre tras masacre, como es el caso de la Unión Patriótica, partido político de izquierda que fue borrado físicamente del mapa; fueron asesinados 4.000 miembros suyos en forma sistemática. Por otro lado, en los últimos datos oficiales de la ley de justicia y paz se reconocen 150.000 asesinatos de los paramilitares (1), verdadera vergüenza, y una inmensa derrota para el país y la democracia. Tal vez esto sea lo que quiere el sistema, pues le conviene que seamos indiferentes y nos autocensuremos frente a lo político.

Hace unos días, un amigo me expresó: “Estoy contra el teatro político, como el que ustedes hacen. Me gusta ir al teatro para olvidar las miserias del país”. Esto refleja desinformación y confusión, nada gratuitas, por lo demás. Existe un teatro que cumple funciones sociales que se pueden llamar edificantes. Los curas, como decía, Enrique Buenaventura, pueden usarlo para señalar los males del demonio y la necesidad de ser católico, como lo hicieron en la época, de la llamada conquista, con los indígenas. Otros lo utilizan para que la gente se vuelva revolucionaria. Pero esto no es teatro; son usos del teatro. El teatro es el descubrimiento de realidades distintas de las cotidianas. ¿Puede el teatro, entonces, mostrar los conflictos sociales y políticos? ¿Hablar en el teatro de lo social o lo político es desacertado? No. El teatro acierta si habla de lo social, de la realidad, o quizá de la coyuntura, por tres aspectos: 1º, porque le procura la palabra a quienes no la tienen; 2º, porque distingue cómo la macropolítica manipula los sistemas de la historia; y 3º, porque explora el inconsciente de la sociedad, las tendencias reprimidas, aquello que no queremos ver.

Pero esto, más que testimonio, uso o denuncia, es teatro. El mejor acto político del teatro reside en su cualidad y en su calidad poética, en su elaboración artística que genera un pensamiento político, puesto que “la metáfora artística es uno de los catalizadores más potentes de la dimensión política de la vida” (2).

Los términos teatro y política son algo más que dos polos irreconciliables. Existe entre ellos tensión, grandes transiciones y ricas relaciones de interdependencia. Debido a la imposición de una dualidad simplista y de ciertas formas de expresión del lenguaje, sólo vemos lo blanco y lo negro, y nuestras posiciones son en contra o a favor. “Estoy contra el teatro apolítico, o contra Aristóteles o Brecht, o contra la representación”, se oye decir. Estar contra algo significa funcionar en la misma esfera de lo combatido, estar dentro de su aparato conceptual, y esto significa no hallar caminos distintos para desarrollar otras miradas, otra política del teatro. Vemos sólo el principio y el final de lo dialéctico, de los contrastes, y no vemos posibles innovaciones, no vemos lo que se mueve y pasa en medio.

La política del teatro


Primero están el punto de vista y el propósito, que implican una configuración de cómo, con, para qué y quiénes inventan un objeto artístico. Aquí caben, por ejemplo, método y técnica. Es decir, cuál es la idea estética para la búsqueda y el encuentro del mundo poético. Después, una vez inventada la obra, ésta tendrá en sí misma un devenir que va más allá de sus autores. En tercera instancia está el público, que, con su cultura y su percepción, crea su propia lectura. El teatro es político por la distancia y el acercamiento, por lo inherente. Pero, ¿qué es lo inherente? Lo son las formas narrativas tradicionales. Estas formas, al ser centradas, crean un contexto de dominación que moldea un orden expresivo de acuerdo con los imperativos del mensaje, la historia, la acción, el sentido. “El sentido tiene un aspecto religioso de la vida, y entiendo este aspecto como la creencia de que la vida significa algo y vale la pena ser vivida. Por tanto, y según experiencias con obras descentradas, el sentido se puede trasladar, no a un más allá sino a un más acá, al cuerpo que experimenta con la obra; con lo que vio, escuchó y sintió como espectador. Es el momento del acontecimiento presente: ‘No hay sentidos si no se despiertan los sentidos’” (3).

Por lo demás, un sentido muchas veces inaprensible e inefable ordena y da forma al mundo, y es ahí donde se siente una evidencia trascendente que sobrepasa la experiencia individual. Esta experiencia especial es justamente un acontecer político. En el mundo descentrado, con significados para el cuerpo que no se pueden reducir a procesos racionales, de explicación, la obra no se puede reducir a un dato, una demostración, una evidencia, a través de la cual es posible desentrañar los universales que la subyacen. Esta actitud deslegitima la experiencia del observador desprevenido, dice Susan Sontag (4), quien propone que “en lugar de una hermenéutica, necesitamos una erótica del arte” (5). Sontag reivindica la potencia de la experiencia.

Ahora, ¿cómo contagiar al espectador de esta erótica del arte? Se necesita un lenguaje que escape de las formas tradicionales, de las estructuras conocidas en la construcción del relato. Si la experiencia de una obra se reduce al lenguaje, a la explicación, le negamos la posibilidad al cuerpo de aquella vivencia inaprensible e intransferible que es el acontecimiento de la obra. Y esto tiene que ver con una profunda política del teatro. Por consiguiente, una mirada menos ligera que la de mi amigo, el abanderado del teatro apolítico, hace ver que todo teatro es un acto político. Esa crítica que dice, tal o cual hace teatro político o apolítico, “como si fuera una categoría inherente de descripción del arte poético”. Lo político es rizomático (6), o sea, que involucra principios de conexión, heterogeneidad y multiplicidad de la sociedad, y abarca toda la vida del teatro. Cualquier clase de teatro afirma o desmiente valores del sistema.

El teatro de la política

La política establece intenciones y propósitos en una comunidad-país, decide e incide sobre ella. Para ello elabora su puesta en escena, interviene en espacios, llama la atención de la comunidad, inventa rituales y usa formas de representación que constituyen una “estética de lo político” (7). Pero hay un teatro de la política, de los mentirosos, los farsantes. Es la forma de representación que vemos plasmada en campañas electorales y en estamentos macropolíticos como el congreso y los ministerios, por ejemplo, con sus imágenes y frases manidas, incluso con la farandulización. 

El teatro de la política y la política del teatro tienen sus propios escenarios y sus mutuas irradiaciones, el uno del otro. Existe una maquinaria teatral de la política que fácilmente puede observarse y, de igual manera, una intromisión de la politiquería en el teatro. Los políticos, con sus comedias de enredos en el congreso, con sus farsas en la casa presidencial y demás dramas de la corrupción, casi que han desplazado a los actores. Vociferan contra la corrupción y por la paz cuando es sabido que son corruptos guerreristas, quienes, teniendo sus mesas llenas, hablan de pobreza mientras propician desplazamientos. 

El culmen lo constituyen los cínicos discursos de los paramilitares en el congreso. Socialmente se les acepta, aunque no se les crea, como una imagen de ficción, una ficción del terror muchas veces. Este teatro de la política lo ha invadido todo, hasta el lenguaje, con expresiones tales como: teatro de operaciones, actores del conflicto, protagonistas del congreso, antagonistas del presidente. El fuego y el juego de la mentira del teatro fueron robados por estos falsos y psicóticos dioses. Frente a este panorama, ¿qué podemos hacer? Tal vez necesitamos una política del teatro que ayude a recuperar la dimensión sutil de la mentira artística como elemento básico del teatro, la mentira estética como punto de conexión metafísico y reflexivo de esa verdad perversa y falsa que nos exhiben. Dicha política podría fracturar ese concepto de realidad y hallar, con toda la potencia de la actuación, una visión poética. 

En el escucharse unos a otros se basaba el ideal de la democracia en la Grecia antigua. Y esta idea, en un plano de igualdad, es en el fondo el ideal de la creación colectiva y del teatro. Digo de la creación colectiva, porque ella es un umbral donde se pone en tensión el asunto de la democracia, de los diversos discursos de quienes participan en ella. El teatro parte del hecho que los seres humanos son interesantes e importantes los unos para los otros, y no tenemos que ser desconocidos por nadie. Esta es una función política del teatro. Escuchar lo que dice, sentir lo que hace el otro, entrelazados en una interacción poética. Los autores griegos, nos hablan de las pasiones, los caprichos, las injusticias de los dioses y los hombres, que surgen en una democracia. De manera que el teatro tiene una compleja función en la sociedad, no directa, sino que está vinculada también al ejercicio de la democracia.

Quizá lo único que podamos hacer, sea crear, con libertad, un teatro de alianzas aquí y allá, dentro o fuera del teatro. Y es, posiblemente, desde lo micropolítico que pueden surgir funciones políticas profundas y nada presumidas, que hablen a la intuición y hagan consciente el inconsciente de los individuos.

* Leído en el marco del conversatorio del 11° Festival de Teatro Alternativo de Bogotá, el 4 de abril de 2010.
1 El Espectador, domingo 17 de enero de 2010.
2 Dubatti, Jorge. Filosofía del teatro I. Argentina. Ed. Atuel.
3 A título personal, Creación colectiva, del Teatro la Candelaria, dirigida por Santiago García. Estrenada en marzo de 2009.
4 Sontag, Susan. Contra la interpretación. España. Ed. Debolsillo, 2007.
5 ibíd.
6 Deleuze, Guilles, Guatari, Félix. Mil mesetas, capitalismo y esquizofrenia. Valencia. Ed. Pretextos, 1988.
7 Ranciere, Jacques. Sobre políticas estéticas. Barcelona. Edición del Museo de Arte Contemporáneo, 2005.

* Desde hace 30 años, principalmente participante del Teatro la Candelaria y otros espacios como el Teatro Petra, Inédita Teatro y el Proyecto Teatro de Esquina. Actor en 32 obras de teatro, nueve cortometrajes y 10 largometrajes. Director de ocho obras de teatro. Autor de los libros El actor y sus otros y La aclaración, y de diversos artículos publicados en revistas y periódicos.

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